29 enero, 2012

El genoma cultural de Europa


El pasado viernes, 27 de enero, tuvimos entre nosotros al filósofo José Ramón Ayllón, profesor de Antropología en la Universidad deNavarra y autor de una treintena de ensayos y de diez novelas de enorme difusión. Su conferencia llevaba por título “El genoma cultural de Europa”. Con la expresión “genoma cultural”, el profesor Ayllón hacía  referencia al conjunto de “genes” que contienen la “información básica” de lo que Europa es. Entre esas raíces culturales, señalaba la filosofía griega, el derecho romano y la religión cristiana. No se puede comprender Europa si se desconoce la aportación fundamental de estos tres factores culturales determinantes.
José Ramón Ayllón en Anciles
A los griegos les debemos su contribución decisiva al origen del pensamiento racional, frente al pensamiento fundamentalmente mitológico y fantástico que predominó en todas las culturas anteriores. Además, fueron ellos los que inventaron la democracia en política y fundaron la ética. Aparte del derecho romano, a este pueblo le debemos la romanización de gran parte del continente europeo y su unificación mediante la difusión del latín como lengua común. El cristianismo, contemporáneo del imperio romano, aportó, entre otras cosas, el concepto de persona y de su libertad, la fraternidad humana universal, los valores del perdón y del amor al prójimo.

A lo largo de tres siglos, el imperio desencadenó sobre los cristianos persecuciones que fueron cada vez más violentas. Sin embargo, no sólo no logró su objetivo de exterminar la nueva fe, sino que al final se impuso el cristianismo, que predicaba un amor que jamás habría nacido en el seno del paganismo, y que proporcionaba dignidad y sentido de la vida. Cuando en el año 476 cayó el Imperio Romano de Occidente, el cristianismo preservó la cultura clásica, especialmente a través de los monasterios, que salvaguardaron eficazmente los valores cristianos en medio de un mundo que con las invasiones bárbaras se había colapsado por completo. Se cultivó el arte, se alentó la práctica del trabajo, la defensa de los débiles y la práctica de la caridad, y al esfuerzo misionero se vinculó la asimilación y culturización de los pueblos invasores, que a medio plazo también se convirtieron al cristianismo como antaño sucedió el imperio romano.

Nacimiento de Europa

El acontecimiento que marcó el nacimiento de Europa fue sin duda la coronación de Carlomagno como emperador por el Papa en el año 800, bajo el nombre de “Imperio de Cristo”, para pasar a llamarse al poco tiempo “Europa”. Es decir, el mismo término de “Europa” nació como una denominación política y de ahí pasó a designar un territorio geográfico. Los monjes benedictinos fueron los que se encargaron de extender este ideal de Carlomagno de “europeidad cristiana” en los siglos IX, X, y XI. A partir de los siglos XII y XIII, florecieron por toda Europa las iglesias románicas y las catedrales góticas, las primeras universidades, la recuperación del derecho romano, las traducciones del corpus aristotélico, la escolástica, etc.

Pero esta unidad espiritual y cultural de Europa se rompería con el nacimiento del llamado “Renacimiento”, con el que surgirían los estados-nación. Será entonces cuando las lenguas vernáculas sustituyan al latín y surjan las fronteras, con las consiguientes guerras entre naciones. La trágica división de Europa en protestantes y católicos complicó todavía más las cosas.

Sin embargo, es con la ilustración francesa y por obra de los enciclopedistas, cuando comienzan a propagarse las primeras “mutaciones desfavorables” del genoma cultural europeo: la primera fue, sin duda, la crítica insidiosa y corrosiva al cristianismo por parte de autores deístas como Voltaire, Diderot y D’Alembert. Esta crítica llegará a su cenit más tarde con la obra de Augusto Comte, quien pretende sustituir la religión cristiana por la ciencia positiva.

La segunda “mutación desfavorable”, a juicio de Ayllón, la constituyen cuatro pensadores ateos de enorme influencia en los siglos XIX y XX: Marx, Nietzsche, Freud y Sartre. Si Marx constituye un ejemplo paradigmático de las tesis que luego seguirían al pie de la letra Lenin, Stalin o Mao, no resulta menos cierto que Nietzsche avanzó una cosmovisión irracionalista, relativista y anticristiana que luego cristalizaría, entre otros fenómenos, en el fascismo y el nazismo. Por su parte, Freud, que preconizaba en su teoría psicoanalítica una liberación de los instintos, influyó poderosamente en la revolución sexual de la década de los 70 del siglo XX. Finalmente, el existencialismo sartriano difundió la idea de que no existe una naturaleza humana y de que somos lo que vamos decidiendo ser, sin un sentido previo que oriente nuestra existencia.

Estas “mutaciones” han permeado el pensamiento actualmente dominante, de modo que la cultura “oficial” se presenta frecuentemente en abierta hostilidad contra el cristianismo y apostando decididamente por una cultura de la muerte. A pesar de ello, existen razones sobradas para mantener la esperanza porque Cristo, Señor de la Historia, ha logrado una victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte.

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