El pasado viernes, 27 de enero, tuvimos entre nosotros al
filósofo
José Ramón Ayllón, profesor de Antropología en la
Universidad deNavarra y autor de una treintena de ensayos y de diez novelas de enorme
difusión. Su conferencia llevaba por título
“El genoma cultural de Europa”. Con
la expresión “genoma cultural”, el profesor Ayllón hacía referencia al conjunto de “genes” que
contienen la “información básica” de lo que Europa es. Entre esas raíces
culturales, señalaba la filosofía griega, el derecho romano y la religión
cristiana. No se puede comprender Europa si se desconoce la aportación
fundamental de estos tres factores culturales determinantes.
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José Ramón Ayllón en Anciles |
A los griegos les debemos su contribución decisiva al
origen del pensamiento racional, frente al pensamiento fundamentalmente
mitológico y fantástico que predominó en todas las culturas anteriores. Además,
fueron ellos los que inventaron la democracia en política y fundaron la ética. Aparte
del derecho romano, a este pueblo le debemos la romanización de gran parte del
continente europeo y su unificación mediante la difusión del latín como lengua
común. El cristianismo, contemporáneo del imperio romano, aportó, entre otras
cosas, el concepto de persona y de su libertad, la fraternidad humana
universal, los valores del perdón y del amor al prójimo.
A lo largo de tres siglos, el imperio desencadenó sobre
los cristianos persecuciones que fueron cada vez más violentas. Sin embargo, no
sólo no logró su objetivo de exterminar la nueva fe, sino que al final se
impuso el cristianismo, que predicaba un amor que jamás habría nacido en el
seno del paganismo, y que proporcionaba dignidad y sentido de la vida. Cuando
en el año 476 cayó el Imperio Romano de Occidente, el cristianismo preservó la
cultura clásica, especialmente a través de los monasterios, que salvaguardaron
eficazmente los valores cristianos en medio de un mundo que con las invasiones
bárbaras se había colapsado por completo. Se cultivó el arte, se alentó la
práctica del trabajo, la defensa de los débiles y la práctica de la caridad, y
al esfuerzo misionero se vinculó la asimilación y culturización de los pueblos
invasores, que a medio plazo también se convirtieron al cristianismo como
antaño sucedió el imperio romano.
Nacimiento de Europa
El acontecimiento que marcó el nacimiento de Europa fue
sin duda la coronación de
Carlomagno como emperador por el Papa en el año 800,
bajo el nombre de “Imperio de Cristo”, para pasar a llamarse al poco tiempo “Europa”.
Es decir, el mismo término de “Europa” nació como una denominación política y
de ahí pasó a designar un territorio geográfico. Los monjes benedictinos fueron
los que se encargaron de extender este ideal de Carlomagno de “europeidad
cristiana” en los siglos IX, X, y XI. A partir de los siglos XII y XIII, florecieron
por toda Europa las iglesias románicas y las catedrales góticas, las primeras
universidades, la recuperación del derecho romano, las traducciones del corpus
aristotélico, la escolástica, etc.
Pero esta unidad espiritual y cultural de Europa se rompería
con el nacimiento del llamado “Renacimiento”, con el que surgirían los
estados-nación. Será entonces cuando las lenguas vernáculas sustituyan al latín
y surjan las fronteras, con las consiguientes guerras entre naciones. La
trágica división de Europa en protestantes y católicos complicó todavía más las
cosas.
Sin embargo, es con la ilustración francesa y por obra de
los enciclopedistas, cuando comienzan a propagarse las primeras “mutaciones
desfavorables” del genoma cultural europeo: la primera fue, sin duda, la crítica
insidiosa y corrosiva al cristianismo por parte de autores deístas como
Voltaire, Diderot y D’Alembert. Esta crítica llegará a su cenit más tarde con
la obra de Augusto Comte, quien pretende sustituir la religión cristiana por la
ciencia positiva.
La segunda “mutación desfavorable”, a juicio de Ayllón, la
constituyen cuatro pensadores ateos de enorme influencia en los siglos XIX y
XX: Marx, Nietzsche, Freud y Sartre. Si Marx constituye un ejemplo
paradigmático de las tesis que luego seguirían al pie de la letra Lenin, Stalin
o Mao, no resulta menos cierto que Nietzsche avanzó una cosmovisión
irracionalista, relativista y anticristiana que luego cristalizaría, entre
otros fenómenos, en el fascismo y el nazismo. Por su parte, Freud, que preconizaba
en su teoría psicoanalítica una liberación de los instintos, influyó
poderosamente en la revolución sexual de la década de los 70 del siglo XX. Finalmente,
el existencialismo sartriano difundió la idea de que no existe una naturaleza
humana y de que somos lo que vamos decidiendo ser, sin un sentido previo que
oriente nuestra existencia.
Estas “mutaciones” han permeado el pensamiento actualmente
dominante, de modo que la cultura “oficial” se presenta frecuentemente en
abierta hostilidad contra el cristianismo y apostando decididamente por una
cultura de la muerte. A pesar de ello, existen razones sobradas para mantener
la esperanza porque Cristo, Señor de la Historia, ha logrado una victoria
definitiva sobre el pecado y sobre la muerte.